Las Lomas de Asia preservan un excepcional banco genético

Las lomas de Asia no se encuentran en las guías turísticas, pero sus ocho mil hectáreas son los perfectos parajes naturales que vale la pena visitarlas a 100 kilómetros al sur de Lima.
                                                                    
                          

Texto y fotos: Iván Reyna Ramos

La temporada de lomas empieza con la intensidad amarilla de la flor de amancaes (Hymenocallis amancaes o Ismene amancaes), única en nuestro país que sólo florece una vez al año y por breve tiempo. En estos momentos, los amancaes han dando paso a una encendida alfombra verde y colinas llenas de vida. Un regalo de la naturaleza que le ha dado a la Comunidad Campesina de Asia para que disponga –nada menos- que de unas ocho mil hectáreas de lomas. Y todo a un suspiro de Lima.



De puquios, líneas y terrazas


El valle de Asia divide en lo que se podría llamar lomas norte y lomas sur. Primero damos una vuelta por las lomas norte. Su acceso es por las pampas de Santa Rosa, por el conocidísimo Puquio Salado, que de salado no tiene nada, y al contrario, es un histórico ojo de agua dulce que –hasta los años 50- socorría a los habitantes de este valle seco. Mi madre, Francisca, hoy con casi 80 años de edad, me comenta que de niña arreaba su burrito cargado de porongos en busca de la única fuente de agua, y lo repetía incansablemente –junto con sus vecinos de Santa Rosa, El Platanal, La Isla y La Capilla de Asia- todos los días del año. Mucho tiempo después, en el mismo valle se perforaron pozos para extraer agua del subsuelo. Y sólo así, Puquio Salado pasó al olvido.

Puquio Salado es la puerta de entrada a las lomas de Casablanca y Calero. A simple vista parecen otros valles, pero sólo al acercarse es posible ver una buena cantidad de terrazas agrícolas. Se calcula que hay más de 500 hectáreas de lomas donde se puede observar una síntesis de vegetación y un asentamiento de agricultura ancestral que los asianos de otros tiempos cultivaban papa, camote, pallares, maíz y quién sabe si quinua también. La técnica que usaron fue simple: Las terrazas servían para embalsar las lluvias, retener la humedad, luego labraban la tierra, sembraban y cosechaban.

Y como complemento a las terrazas, en la parte alta de Casablanca existen unos geoglifos que el arqueólogo francés Frédéric Engel -a su paso por estas lomas en 1959- lo reportó en su libro “De las begonias al maíz: vida y producción en el Perú antiguo”. No hace mucho, el arqueólogo Rommel Ángeles Falcón del Proyecto Huaca Malena volvió a ubicar los mismos geoglifos cuando realizaba el inventario de los restos arqueológicos de Asia. Se trata de unas líneas parecidas a las de Nazca y que sólo desde el aire -y cuando la zona esté limpia de vegetación- sería posible determinar las figuras que representa.

Banco genético


El pasto silvestre ha vencido en tamaño a las terrazas y geoglifos. Sin embargo, ni Casablanca ni Calero son las únicas lomas que se encuentran en el extremo norte. Hay otras muy bien conservadas como Hierbabuena, El Sauce, Perico, Cueva de León, Atocongo, Casagrande, El Tarito, El Pacay, El Guaranguito, Camotillo, Tabacal, Lomo Peinado, Revolcadero, Marquesa y Los Indios. Todas ofrecen un paisaje excepcional. 

Y entre las especies que reinan la zona, se tiene a las plantas conocidas por los pobladores locales como mala mujer, tabaco, ortiga, chave, malva, oreganillo, manzanilla, hierbablanca, sanjuanito, bolsilla, papa cimarrona, yuquilla, mitos, taras y guarangos. Para la botánica es un envidiable banco genético. Incluso, aquí es propicio ver la flor de piedra y líquenes que sólo existen donde el aire es puro. Pero aún hay algo más, la madre naturaleza es tan sabia que ha proporcionado –aparte de Puquio Salado- con dos puquios más: Hierbabuena y El Sauce. Y entre los tres, socorren con agua a pastores, ganados, lagartijas, zorros, vizcachas, venados, y otras vidas en la inmensidad de las escarpadas quebradas.

Trueque real




Entrado el mes de agosto, los pastores yauyinos de Omas, Pilas, Tamará, Huampará, Tauripampa, Porococha, Quinocay, Ayavirí, Quinches, bajan a las lomas de Asia para socorrerse de forrajes. Una de las razones es que por esta época la sierra literalmente está que quema. Y otra es –como nos comenta doña Liduvina Vivas, una pastora de Tauripampa- que si por algún motivo un invierno no bajan a las lomas, el ganado sufrirá de estrés, y que incluso muchas veces termina con la muerte. Ya se han presentado casos de este tipo. Entonces, se podría decir que se trata de una tradición umbilical de todos los tiempos. Imposible de romperse.

A esto se agrega, que la temporada de lomas se vuelve familiar. Desde hace cientos de años se mantiene la costumbre de intercambiar productos. Los asianos acuden a las lomas llevando camotes, yuca, níspero, chapanas, humitas, picarones, maní tostado, azúcar, arroz, fideo, pescado salado, mates, agua. Luego emprenden el recorrido por los hatos (pequeñas chozas) de los pastores a fin de realizar el tradicional trueque. Los asianos regresan a casa cargados de quesos, mantequilla artesanal, leche, manjarblanco, cancha, charqui, oca. Un ritual socialmente inevitable que dura horas el recorrido, pero elemental para la conservación de las prácticas ancestrales.


En otros tiempos, la comunidad de Asia levantaba corrales de piedras que servían para realizar sus famosos “rodeos”. Es decir, antes de que los pastores vuelvan a sus lugares de origen, se encerraban a todos los ganados y uno por uno iba saliendo previo pago del dueño, algo así como un impuesto por el pasto consumido. Para la ocasión, los comuneros organizaban una gran fiesta, abundaba la sopa bruta, la carapulcra, la chicha de maní. Lo irónico es que estos corrales de piedras han desparecido. Hoy sostienen las lujosas mansiones de los clubes de playas de Asia.

Vuelos nupciales
Ahora enrumbamos al extremo sur del valle donde se encuentran las lomas conocidas como Quilmaná, Hualcará, El Pacay, Lúcumo, Cayará, Ancapuquio, Páchika, El Guaranguito, Pancho Rosa, Gallito y Cerro Padre. Al igual que las lomas del norte, en esta parte se conservan terrazas agrícolas, antiquísimos abrigos rocosos y los vestigios del Pueblo Viejo de Coayllo, éste último fue estudiado por el arqueólogo Antonio Coello, y publicado en 1994 con el título de Las Lomas de Quisque y su explotación en el Antiguo Perú: Valle de Asia. En este artículo se destaca de cómo los asentamientos primigenios se relacionaron con el hábitat de las lomas. El Pueblo Viejo de Coayllo -que se creía desaparecido- se encuentra entre los cerros más altos en clara muestra de dominio del valle.


En una visita reciente con los especialistas en ornitología, Alejandro Tello y Pablo Merino, se logró avistar importantes especies de aves, entre ellas el Turtupilín (Pyrocephalus rubinus) conocido por los asianos como Putilla (no se sabe por qué razones); el Aguilucho común (Buteo polyosoma), el Halcón perdiguero (Falco femoralis), la Lechuza de los arenales (Athene cunicularia), el Chotacabras trinador (Chordeiles acutipennis) conocida popularmente como Gallinita ciega, la Rabiblanca (Zenaida auriculata) llamada también Madrugadora; la Tortolita (Columbina cruziana); la Cascabelita (Metriopelia ceciliae) reconocida al volar por emitir un sonido de campanitas; el Gorrión americano (Zonotrichia capensi) con su canto característico de “fiu-fiu-fi-titititi”; y hasta unos llamativos Huanchacos (Sturnella bellicosa) que en Asia le llaman Chirote. 


Pero fueron dos aves que llamaron la atención de los reconocidos especialistas. El Pampero peruano (Geosita peruviana), que localmente lo conocen como “el chupa aguacero”, debido a que tiene la costumbre de vivir bajo tierra, pero cuando llueve sale de su cueva y abre su piquito para saciar su sed con las gotas de agua. Y en la temporada de invierno los pobladores los escuchan cantar en el desierto “frío, frío, frío”. Y la otra ave es el Puco puco menor (Thinocorus rumicivorus), un ser alado que se le reconoce por sus espectaculares vuelos nupciales. Todo un acrobático del espacio que encandila a los visitantes.

Hoy en día, las Lomas de Asia son una de las pocas sobrevivientes de la costa peruana. En los últimos 500 años han desparecido un millón de hectáreas por el sobrepastoreo, la extracción de árboles para leña, la explotación de minerales, las invasiones y el abandono. Una crónica de la doctora María Rostworowski deja en claro la sobreexplotación indiscriminada que sufrió las lomas de Asia en la época de la Colonia. Dice que en 1552, el carbón fue materia de tributo impuesto a los asianos, pues la tasa que el valle debía contribuir con su encomendero era de 50 cargas -arrobas- al año, entregadas en seis meses en el puerto de Cerro Azul. No queda duda que los españoles fueron los primeros depredadores de nuestras lomas.

Reforestación de tara

En las lomas de Quilmaná, la Comunidad Campesina de Asia, presidida por Fernando García Huasasquiche, viene reforestando 777 hectáreas con plantas de tara. Su gestión ha invertido en la implementación de mallas atrapa nieblas y reservorios de eternit, de modo que sosteniblemente ha logrado capturar más de un millón de litros de agua que sirven para regar las plantas que muestran excelente estado de crecimiento. La idea es recuperar los ecosistemas de lomas, los ojos de agua “Gonzalío” y “Puquio viejo” que se habían secado, y luego categorizarla como Área de Conservación Privada, y que sea administrada por la misma comunidad mediante proyectos ecoturísticos. Hace unos días se realizó el primer festival de amancaes.

GUÍA DEL VIAJERO
¿Cómo llegar?


Llegar al Paradero de Asia (Km. 101 de la Panamericana Sur). Hay taxis que hacen el servicio de llevar a las lomas (norte o sur). El costo es de aproximadamente 15 soles. El tiempo que emplea en llegar a las lomas es de unos 20 minutos. De preferencia contáctese con pobladores locales que conocen las lomas. Pregunte por los señores Lucas Francia, Florentino Delzo, Daniel Malásquez, ellos le pueden orientar perfectamente.
Contacto


César Rodríguez, miembro de la Comunidad Campesina de Asia. T. 405-7033 / ccdeasia@gamil.com 






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